Sólo el poder, la gloria y el
reinado de Dios son indestructibles. Su
poder no es como el de Pilato, político, sino un poder divino que surge del
servicio a la verdad. El cristiano sabiéndose libre sólo se arrodilla ante el Salvador, ante nadie más. Hay los que son ídolos que usurpan el lugar de
Dios, el poder, el dinero y el placer ellos causan guerras, injusticias y
destrucción de las familias creando una servidumbre degradante entre los
hombres. A pesar de nuestra fe y deseos de que Dios reine nuestra vida es
posible que pequeños señores aniden nuestro corazón, que intentan sembrar el caos.
Asistiendo a la liturgia los cristianos católicos relativizamos cualquier poder
que no sea el del servicio, el de Dios, solo a él le glorificamos y esto se hace subversivo
para algunos que no siempre sirven. Cada instante de nuestra vida es ocasión para pedir, discernir
y reafirmar nuestra decisión de seguimiento sincero, confiado al único Señor
que nos salva.
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