San Lucas nos sitúa en un tiempo
y espacio determinado en la que Juan anuncia el bautismo de conversión como la
voz que clama en el desierto, diciéndonos preparen el camino del Señor. La voz
que resuena eternamente es el de Dios, la que salva, no otras voces. El
desierto es el lugar de salvación donde Dios actúa, con Abraham, Moisés, donde Jesús
vence al mal y es donde hace la multiplicación de los panes para una multitud. El
camino que se nos pide preparar es el camino del Señor no otro camino, es un
camino de realización plena de hijos de Dios que no nos aliena en la
mediocridad. La Navidad no promueve el consumismo que desfigura el espíritu de discípulo
que actúa más que por curiosidad por su adhesión personal a Cristo. Preparar el
camino para el discípulo es quitar del corazón la maleza, la cizaña para que crezca la alegría
que no se vende ni se compra, nadie nos la puede quitar porque es un regalo de
Dios. No es un regalo material sino el regalo de su perdón de su paz, es el
regalo de su salvación. Es su Palabra la
que abre nuestra conciencia y transforma nuestro corazón, la renueva y dispone para
el misterio de Dios.
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