Nosotros hemos comido y bebido con El después de su Resurrección, dice
Pedro en los hechos de los apóstoles, él que es la voz de la iglesia da
testimonio de la resurrección, testimonio de este paso de la oscuridad a la luz,
paso de la muerte a la resurrección de Cristo que dando la paz elimina la
tristeza y el miedo. Es el amor de Dios lo
único que calma el hambre y la sed de la humanidad. Es verdad que el Amor de
Dios puede más que la muerte, nos mantiene en vida, rompe la cultura de la
muerte, atrae al compromiso desinteresado, al servicio confiado, alegre, sin
tristezas, sin miedos y sin cobardías. Es amor que sana las heridas,
reconstruye lo roto, rescata del fracaso, redime nuestra condición, nos rehace
y eleva a la altura de Hij@s herederos de la gloria, nos convierte y nos va
transformando en nueva creación, en nuevas personas con esperanza,
constructores de un nuevo mundo, más humano, donde haya pan, alegría y libertad
para todos. Este día en el que Cristo victorioso nos da la luz de su verdad, más
que recordar el pasado revisamos cómo Jesús debe seguir resucitando en cada uno
de los crucificados de nuestra sociedad, resucitar de la oscuridad de la muerte,
de la esclavitud del pecado, porque es la llamada a dar el paso de las condiciones
inhumanas a un mundo más humano, es la transición humana agobiada por la muerte
a la victoriosa inmortalidad, al que nos lleva el amor redentor de Dios. Aleluya, aleluya, aleluya que Cristo ha resucitado de
la muerte para reconciliarnos con el Creador, nos llama a ser luz y vivir para
Dios. Amén.
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