Los discípulos con las puertas cerradas tienen noticias de que
la tumba está vacía y a pesar de los testimonios rondan en ellos el miedo, la
duda, la angustia, la soledad, la nada, el sin sentido, la persecución y la
tristeza quiere apoderarse. Estado de cosas que se entiende. Llegarían a sentirse
alejados del Señor y más de uno sentirá la impotencia y la confusión. ¿Habían abandonado
a Jesús, o es que Dios los ha abandonado? Lo cierto es que Cristo viene al
encuentro personal y ofrece la paz, no reclama sino que enseña a perdonar y más aun muestra
sus llagas, no se oculta, es él, el de
siempre, sencillo, fraterno que lleva de la certeza a la fiesta de fe. Fe que comienza donde termina el orgullo de los
supuestos listos, profundos y serios. Para creer hay que hacer que el corazón funcione
no se cierre sino se fíe y confíe. Verdad que solo el amor es capaz de hacernos
decir creo sin ver. Señor danos esa fe que nos trae tu paz y nos lanza al
servicio alegre. Señor mio, Dios mio, que nunca quedemos confundidos, amen.
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