Jesús,
el pan del cielo, es el que nos sostiene vivos.
En el cansancio mejor
que murmurar es andar hasta dar el salto de la fe. En el peregrinar hacia la
eternidad nuestra existencia se hace ardua. Para llegar a la meta tenemos que
superar muchas cosas. Con Jesús lo tenemos todo, no hay cosa que nos pueda
superar porque es el pan vivo bajado del cielo (Jn6, 41-51). Él nos
sostiene, y nos sostiene vivos.
Alimentados con el pan
del cielo somos capaces de desarrollar valores y principios personales con los
que enfrentamos los arrebatos primitivos e instintivos propios de la naturaleza
humana en sus dificultades.
Frente a la Eucaristía
estamos en el pleno misterio de nuestra fe, la comunión más que premio para
buenos es el alimento que nos sostiene en vida en este camino hacia la
eternidad.
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