El protagonista del Evangelio es
el Padre Bueno. Que ama sin límites, que perdona gratuitamente, que hace fiesta
y nos trae motivos de alegría al invitarnos al lugar adecuado, a su banquete. No
basta estar presente, hace falta responder de rodillas a la tristeza y a la amargura
de la equivocación y reconocernos como hijos dignos de Dios, hace falta abrir las manos y el corazón,
suplicar el fuego de su amor para que queme los arrapos del hombre viejo. Somos
Hijos del Padre bueno. Es verdad que un padre bueno vale más que cien maestros porque
en su oficio no humilla sino dignifica, nosotros estamos llamados a ser
heraldos del perdón y alegrarnos de su obra. Señor que lleguemos a la madures
espiritual de tus hijos y sepamos ir a tu encuentro, que aprendamos de nuestras
caídas a no ser rencorosos, que aprendamos a llegar a tu casa, Amen.
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